viernes, 6 de marzo de 2009

capítulo 2 (cuento)

Cada martes por las tardes, el museo de arte moderno ofrecía una conferencia impartida por alguna personalidad experta en artes gráficas, y por siete meses consecutivos, una mujer de edad avanzada, con un gran bolso floreado que llevaba sin importar el atuendo, se había dedicado a asistir puntualmente cada martes. Llegaba con quince minutos de anticipación, se sentaba en la tercera fila, se colocaba muy seriamente unos bifocales de armazón rosa mexicano y leía escrupulosamente el folleto que recibía en la entrada del edificio y que contenía la agenda de la tarde. Recibía de pie al expositor, y durante los primeros once minutos de la charla, asentía con la cabeza o se reía de los comentarios graciosos con la mayor precisión. Pero al empezar el minuto doce, los ojos se le comenzaban a torcer. Entre cuatro y cinco cabeceadas más tarde, la señora quedaba profundamente dormida. La rutina era la misma cada martes, y como cada uno de los veintiocho martes anteriores, el día trece del mes de septiembre, sus primeros once minutos de lucidez no le bastaron para darse cuenta de que el pintor local que ofrecía una ponencia sobre el arte flamenco la observaba disimulada pero atentamente, y se preguntaba si la mano que sostenía el bolso floreado ostentaría un anillo de matrimonio que le impediría proponerle una cita.

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