jueves, 16 de julio de 2009

El cuento de Amelia (fragmento)

Era invierno aún, mediados de enero, pero en mi tierra en esas fechas ya hace calor. Un viento fresco movía las altísimas palmas del camellón de la avenida Morelos mientras el sol desértico me mantenía en mangas cortas y sacando gotas gruesas de sudor que caían frecuentemente sobre el motor de mi carro. Era la tercera vez en dos semanas que tenía que ponerme a trabajar en él después de que en mi trayecto de la casa al trabajo el carro dejaba de funcionar de repente.
Estaba sacando mi sucio pañuelo de la presilla de mi pantalón donde lo sujetaba mientras la hacía de mecánico, cuando la vi. Iba en un carro mucho más viejo y destartalado que el mío, haciendo un ruido ensordecedor de motores antiguos. Sus grandísimos ojos libaneses me voltearon a ver por un segundo mientras daba vuelta hacia la calle Colón. Si mi problemático carro me sacaba sudor con los corajes que hacía arreglándolo, los ojos redondos y la boca delgada y filosa de Amelia casi me matan por deshidratación. Sus delgadas manos sujetaban con firmeza el gigantesco volante de su viejo carro blanco y le hacían dar al menos veinte vueltas antes de que lograra doblar torpemente la esquina. Seguí su camino con la mirada hasta que se escondió tras las coloniales casonas del centro, pero mi mente la siguió hasta que llegó a su casa, a su recámara, de vuelta a la calle al día siguiente, y así por muchos días más antes de tener la fortuna de volver a verla.

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TRC, Mexico