Se le cerraban los ojos, le zumbaban los oídos, y aún
mientras sus dedos siguieran tecleando sinsentidos corporativos en horas de
trabajo, su cerebro empezaba el shutdown de quien yace sobre lino y embalsamado
en aceite de lavanda se baja el antifaz de seda y se deja llevar por las nubes
de Oniria. No había marcha atrás una vez que posaba su mano bajo su barbilla para
disimular el cabeceo. Abría en pantalla algún texto muy lleno de letras, se recolocaba
dando la espalda a sus compañeros de oficina, elevaba una silenciosa oración a Morfeo
para que no se le saliera un ronquido. Será que ingerí mucha azúcar en el desayuno,
pensaba, aletargada. Intentaba hacer el propósito de modificar su dieta en el
futuro, pero lo hacía levemente porque la seriedad es hermana de la claridad, y a ésta ya la había dejado atrás, en la tierra de los asalariados.