miércoles, 11 de agosto de 2021

Había una vez una persona con sueño

 

Se le cerraban los ojos, le zumbaban los oídos, y aún mientras sus dedos siguieran tecleando sinsentidos corporativos en horas de trabajo, su cerebro empezaba el shutdown de quien yace sobre lino y embalsamado en aceite de lavanda se baja el antifaz de seda y se deja llevar por las nubes de Oniria. No había marcha atrás una vez que posaba su mano bajo su barbilla para disimular el cabeceo. Abría en pantalla algún texto muy lleno de letras, se recolocaba dando la espalda a sus compañeros de oficina, elevaba una silenciosa oración a Morfeo para que no se le saliera un ronquido. Será que ingerí mucha azúcar en el desayuno, pensaba, aletargada. Intentaba hacer el propósito de modificar su dieta en el futuro, pero lo hacía levemente porque la seriedad es hermana de la claridad, y a ésta ya la había dejado atrás, en la tierra de los asalariados.

martes, 11 de julio de 2017

Nacimiento.

De su vientre surgía un indignado ser que con gritos operísticos declaraba su existencia. Un plagiario en cuyo rostro se reproducía la sonrisa coronada de mejillas del progenitor marido, que allanó sus ventrículos y arterias como un leudante sanguíneo de dolor y amor en pagarés. Una joya preciosa de delicada naturaleza, expulsada a gritos entre moco, sangre y caca. Llévatelo todo, mangante. Que me rasguen siete capas de piel y setenta más si tú eres el premio, pensaba, pestañeando saladas lágrimas y celebrando el olor a piel quemada que sellaba el pacto: no hay más para mí que tú.

domingo, 21 de abril de 2013

Instrucciones


Cuando uno se encuentra cómodo en casa y afuera no es más que balaceras y persecuciones, se recomienda contar con internet inalámbrico y algún dispositivo electrónico con pantalla touchscreen para surfearlo.
Preferiblemente no se siente cerca de puertas y ventanas, y procure no tener agregados en Facebook a sitios de noticias locales, ni seguir en Twitter a feeds llamados “código rojo” ni similares que permitan la entrada de la guerra contra el narcotráfico a su apacible hogar.
Búsquese algo qué hacer. Cómprese un nuevo teléfono (pídalo con envío a domicilio), cambie su foto de perfil (mejor si antes la pasa por Photoshop, ¡pasarán las horas sin usted notarlo!), entérese de las últimas novedades sobre sus celebridades favoritas.
En caso de entrar en pánico o sufrir algún ataque de ansiedad (los accidentes suceden y no puede impedir que su BFF suba un estatus que arruine su paz), repase mentalmente los siguientes mantras colocándose en la postura del guerrero (si no sabe yoga, busque un tutorial en YouTube).
Todo es problema del gobierno y su corrupción. Lo más valiente que usted puede hacer es quedarse en casa y no entorpecer el trabajo de la milicia dándoles un cadáver más muerto por bala perdida del cual preocuparse. Además, usted con sus compras ya está sosteniendo a la economía del país. Usted no es un cobarde, usted está haciendo patria. 

martes, 3 de enero de 2012

Mine not mine.

En casa, que no es mi casa, es casa de mis tíos. Pero en mi cuarto, porque después de casi un año es mío, y el desorden es mío y lo que adorna las paredes lo hice yo. Aunque el mini escritorio es de mi prima, y la computadora es de mi novio, y no tengo silla así que hay que acercarlo todo a la cama. ¿Es mi cama, o la cama que está en mi cuarto? Tiene manchas de mi sangre, mis ácaros habitan en ella, huele a mí. Yo me siento en ella, con los pies encaramados en el borde de madera, porque el piso está muy frío, aunque me duela la nuca por estar jorobada escribiendo en la compu; ya dije que tampoco es mía. Al menos la ropa es mía... regalada, ¿es mía? Pues la uso yo. Lo dado, quedado, o ¿cómo va el dicho? Total que aunque fuera de mis tías, si ellas me la dieron, pues es mía ahora, ¿no?

¿Qué es mío? El dolor en las plantas de mis pies por tenerlos en el borde de madera de la cama. El dolor es mío, los pies son míos. Mis ideas son mías. Aunque se afecten por el interminable número de películas que veo diario. Mi tiempo, es mío, casi siempre. Lo comparto, lo gasto, lo cobro, depende de lo que haga con él. A veces vale doce euros, a veces vale ocho; a veces vale mucho más, tanto como el sentimiento de suficiencia al escuchar una película equis con una oreja y el ruido de los pulmones de mi novio con la otra; a veces vale mucho menos, tan poco como el aburrimiento de ver una película en una madrugada de insomnio, en la cama que no es mía pero tiene mi sangre y mis ácaros.

¿Qué es mío? Es mío este cuento, es mío este blog. Es mío este espacio en el ciberespacio. Es mía la tos que se escucha en esta casa ajena, son míos los dedos que teclean sobre la compu ajena. Pero si tú lo lees, lees el cuento, pues por ese momento es tuyo. Si tú compraste blogspot, el blog es tuyo. Y estos dedos, un día van a dejar de ser míos y serán de las lombrices que los coman o de las plantas que con ellos se abonen. Y entonces serán mías las plantas, mías las lombrices, y durante ese momento serás mío tú.

¡Hola, fuiste mío!

lunes, 29 de noviembre de 2010

La 'indirecta'.

Se terminó la clase de las tres con la maestra loca y para variar no habíamos hecho nada importante. Apagué la computadora y de reojo vi que ella se apuraba por terminar su trabajo. Me quedé platicando en la salida, manteniendo abierta la puerta de vidrio en lo que ella me alcanzaba. Ya afuera, me devolvió los DVDs que le había prestado y se disculpó por haberse demorado varias semanas. Hablaba rápido, riéndose de mis comentarios y de sus propias bromas, que siempre eran muy malas, pero de pronto se interrumpió a sí misma a media conversación y se me quedó viendo. No me sorprendí porque, aunque había dejado de parpadear por varios segundos, sonreía. Me di cuenta de que estaba mucho más alta que yo porque traía tacones; durante su silencio le veía el cabello, largo y liso pero despeinado.
De pronto, a pesar de las tres cajas de películas que yo aún sostenía, me tomó firmemente de la mano izquierda y me jaló corriendo hacia las escaleras. Brincamos tres peldaños y súbitamente me volteó a ver y me dijo “No tienes clase ahorita, ¿verdad?”. Respondí que no mientras ella se quitaba los zapatos y cuando vi que se sacaba su celular para fijarse en la hora le dije que eran las cuatro y media, pero pareció no escucharme. Me volvió a tomar de la mano y me hizo subir a toda prisa.
Llegamos al último piso, el de la biblioteca. Las puertas automáticas se abrieron cuando pasamos corriendo pero no entramos, tampoco nos subimos al elevador, sino que dimos vuelta a la izquierda por un pasillo en cuya existencia yo nunca había reparado y ahí me soltó. Volvió a revisar la hora en su celular color rosa mexicano, y dejó sus zapatos en el alféizar de la ventana por la cual yo veía la lejana cancha de fútbol mientras recuperaba el aliento y maldecía mi antiguo vicio por el tabaco. Ella se sentó en el suelo y se puso a hurgar en su mochila de mezclilla, que más bien parecía pañalera. El contenido de la bolsa hacía ruidos de cascabeles, llaves, papeles y envolturas de plástico mientras esparcía por el piso de mármol su estuche de lentes, unos libros de la biblioteca, su cuaderno de dibujo, un llavero en el que traía colgada una muñequita tejida que yo le regalé en nuestra segunda cita… Finalmente, con una mueca de triunfo, sacó una larga tira de seda naranja con dibujos extraños y listoncitos de colores en las puntas. Guardó todo de nuevo en su bolsa, a toda prisa y sin orden aparente, y me pidió, como si fuera algo obvio, que me volteara hacia la puerta que estaba al final del pasillo. Sentía mucha curiosidad pero le hice caso; sólo pasaron unos segundos hasta que me volvió a tomar de la mano y me condujo hacia la puerta. Sonreía y sus dedos me apretaban muy fuerte.
Entramos a un pequeño cuartito que yo supuse que era para los intendentes del edificio.
Cerró la puerta detrás de nosotros sin ponerle seguro. Entonces deslizó sus manos lentamente, apenas rozando mis brazos hasta los hombros, se acercó, sonriendo, y me besó en la boca. Tardé unos segundos en reaccionar, luego la besé, sonriendo, también, porque sus labios sabían al gloss de limonada rosa que usó en la tercera vez que fuimos al cine.
Nadie entró a interrumpirnos, ni siquiera escuchamos el elevador funcionando del otro lado de la delgada pared. En la parte más recóndita de mi conciencia recordé la cita que tenía con María para unas grabaciones y que me estaba perdiendo, y la clase que ella se estaba volando a pesar de sus pésimas calificaciones.
Para mí pasaron horas antes de que saliéramos de la mano de ese pequeño cuartito, sonriendo los dos, yo pensando en invitarla de nuevo al cine o a un café, ya que estábamos en eso de olvidar los compromisos de rutina. Pero cuando revisé la hora en mi celular, mientras ella se ponía los zapatos que había dejado en la ventana y se estiraba para quitar del techo una tira larga de seda naranja, vi que eran otra vez las tres veinte y al voltear a mi alrededor estaba solo, en el pasillo junto a los elevadores del piso de la biblioteca, y sin embargo la película de Piratas del Caribe se asomaba en mi mochila y una señora pasaba a mi lado observándome con curiosidad y sosteniendo un trapeador mojado.

jueves, 16 de julio de 2009

El cuento de Amelia (fragmento)

Era invierno aún, mediados de enero, pero en mi tierra en esas fechas ya hace calor. Un viento fresco movía las altísimas palmas del camellón de la avenida Morelos mientras el sol desértico me mantenía en mangas cortas y sacando gotas gruesas de sudor que caían frecuentemente sobre el motor de mi carro. Era la tercera vez en dos semanas que tenía que ponerme a trabajar en él después de que en mi trayecto de la casa al trabajo el carro dejaba de funcionar de repente.
Estaba sacando mi sucio pañuelo de la presilla de mi pantalón donde lo sujetaba mientras la hacía de mecánico, cuando la vi. Iba en un carro mucho más viejo y destartalado que el mío, haciendo un ruido ensordecedor de motores antiguos. Sus grandísimos ojos libaneses me voltearon a ver por un segundo mientras daba vuelta hacia la calle Colón. Si mi problemático carro me sacaba sudor con los corajes que hacía arreglándolo, los ojos redondos y la boca delgada y filosa de Amelia casi me matan por deshidratación. Sus delgadas manos sujetaban con firmeza el gigantesco volante de su viejo carro blanco y le hacían dar al menos veinte vueltas antes de que lograra doblar torpemente la esquina. Seguí su camino con la mirada hasta que se escondió tras las coloniales casonas del centro, pero mi mente la siguió hasta que llegó a su casa, a su recámara, de vuelta a la calle al día siguiente, y así por muchos días más antes de tener la fortuna de volver a verla.

jueves, 25 de junio de 2009

(fragmento)

Era como una regla de la naturaleza. Implacable, implícita, incuestionable.
Él no le hablaba a ella, y por eso tampoco ella a él. Llevaban clases juntos pero jamás se sentaban cerca, no hacían amistades en común. Si por alguna fortuita razón, principalmente académica, él debía hablar de ella o a ella, lo hacía rápido, como queriendo que el momento terminara, y decía su nombre en un tono más bajo que el resto del enunciado.
A veces ella lo odiaba por su indiferencia. Le parecía altanero, narcisita, prejuicioso, prepotente, machista, y hasta racista, porque el cabello de ella era casi rubio y su tez, mucho más clara.
Otras veces, las menos, ella lograba mantener su mente ocupada en otra cosa, como poner atención a la clase, y ganar un día menos de gastar sentimientos en él.
Algunas veces, ella deseaba su muerte.
Empezaba a olvidarlo bajo el argumento de que la estatura de él era mucho menor; lograba convencerse de que la recta que dicta que el hombre debe de ser más alto que la mujer no era solamente social, sino natural, tal vez incluso divina, y por lo tanto inquebrantable. Él no era para ella.
Pero entonces se enteraba de que él tenía novia... y la susodicha era cuando menos siete centímetros más alta que él, sin usar tacones. Y cuando menos siete veces más guapa que ella, sin arreglarse... así, el odio volvía de nuevo y había que buscarse un argumento que reemplazara el de la estatura, y seguir así, aboliendo argumento tras argumento, pasando de oleada en oleada, de odio a más odio, etcétera.
El colmo del drama era que las mamás de él y ella eran amigas, y que la mamá de ella era bastante comunicativa. Por lo tanto, si la muda presencia de él en su vida escolar no la volvía suficientemente inestable, podía escuchar noticias acerca de él y los suyos (y de esa, la alta, también) a la orden de, cuando menos, una vez a la semana.
Pero fue así como se enteró de lo que le sucedió a él, o de lo que casi le sucede por primera vez.
La ciudad donde ambos vivían, antes tranquila y pacífica hasta el punto de la aburrición, se había convertido recientemente en un campo de batalla entre el crímen organizado y el gubernamental. Varias bandas de secuestradores aprovechaban la confusión para elevar sus ingresos. Diariamente se sabía de nuevos clientes.
(...)

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